DOCTRINA Y VIDA CRISTIANA |
La Esperanza puesta en los Cielos
“Siempre orando por vosotros, damos gracias a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, habiendo oído de vuestra fe en Cristo Jesús, y del amor que tenéis a todos los santos, a causa de la esperanza que os está guardada en los cielos, de la cual ya habéis oído por la palabra verdadera del evangelio” |
AL LLEGAR AL FINAL DE OTRO AÑO en los caminos de Cristo, es importante que tengamos la perspectiva adecuada en los asuntos importantes de nuestra formación. Hay tres aspectos que en particular, parecen elevarse por encima de los demás y que deben ser tangibles en nosotros: la fe, el amor y la esperanza. Estos son mencionados por el Apóstol Pablo en nuestro texto de apertura. Estas características deben ser expresadas para aquellos que nunca han tenido relación con nosotros. Deben emanar un perfume tan dulce, que su fragancia pueda ser percibida por aquellos que nunca han puesto sus ojos sobre nosotros. De esa manera se mostraron los primeros santos de Colosas.
Nuestras características deberían ser como la de los hermanos mencionados en nuestro texto, a fin de que cuando se hable de nosotros no inclinemos nuestras cabezas con vergüenza, al recordar que esto no sucedería si realmente tuviéramos estas tres características. “Gracia y paz os sean multiplicadas, en el conocimiento de Dios y de nuestro Señor Jesús. Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia; vosotros también, poniendo toda diligencia por esto mismo, añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. Porque si estas cosas están en vosotros, y abundan, no os dejarán estar ociosos ni sin fruto en cuanto al conocimiento de nuestro Señor Jesucristo” – 2 Pedro 1:2-8.
Debemos ser ricos en fe, que es la raíz de toda gracia y para ello debemos orar todos los días: “Dijeron los apóstoles al Señor: Auméntanos la fe” – Lucas 17:5. Esforzándonos por estar llenos, con ese amor de Dios que nos hace como él, a través de Cristo. También hay que cultivar la esperanza, la cual nos preparará para purificarnos hacia nuestra herencia celestial. Es necesario velar para que ninguna de estas tres manifestaciones del Espíritu sea extraña a nuestras almas. Permitir que la fe, amor y esperanza vivan en nuestros corazones.
SOLO NOS SIRVE LA VERDADERA GRACIA
Tengamos en cuenta el carácter especial de cada una de estas manifestaciones. No toda la fe, el amor y la esperanza nos servirán, debemos darnos cuenta de que en todo lo valioso de estas gracias, puede haber una falsificación hecha por el gran adversario, Satanás.
Hay una especie de fe en los hombres, pero la nuestra es en Cristo Jesús, la fe que el mundo rechaza, cuya cruz es un escándalo y doctrina es un delito. Tenemos fe en Jesús, el Hijo de Dios; la fe y la confianza en aquel que habiendo hecho expiación por su propia sangre, una vez por todas, ahora está exaltado a la diestra del Padre. Nuestra confianza no es en nosotros mismos, en ningún instrumento humano o en las tradiciones de los hombres, ni está en las enseñanzas de la sabiduría humana. Sólo en Cristo Jesús es la fe de los elegidos de Dios.
Nuestro amor, también es especial. Aunque somos movidos por el amor compasivo y un deseo de hacer el bien a todos los hombres; sin embargo, tenemos un amor especial hacia todos los santos. A éstos el mundo no los quiere, porque no aman al Señor. Amamos a los hijos en Cristo, así como a los santos maduros; amamos también a los santos cuyas debilidades son a veces más visibles que sus virtudes. Los amamos no por su posición en la vida ni sus debilidades naturales, sino porque Jesús los ama como él nos ama y porque ellos lo aman. Nuestro amor se extiende, de tal modo que incluye el futuro eterno de toda la humanidad en el reino de Cristo, por la cual todos debemos orar. En esta forma, la gracia del amor se incrementa en número, hacia quienes es mostrado.
Nuestra esperanza, también es especial porque es una gracia que está reservada para nosotros en el cielo, la esperanza que el mundo sabe muy poco e incluso no se preocupa por ella. El hombre del mundo confía en que el mañana puede ser como hoy, que existe algo más abundante. Él espera por las riquezas o la fama. Espera larga vida y prosperidad, que el mercado de valores se desarrolle por su inversión. Espera por el placer y la paz familiar. Toda la gama de su esperanza está en la brújula de sus ojos. Nuestra esperanza ha pasado más allá de la esfera de la visión, según la palabra del apóstol: “Porque en esperanza fuimos salvos; pero la esperanza que se ve, no es esperanza; porque lo que alguno ve, ¿a qué esperarlo? Pero si esperamos lo que no vemos, con paciencia lo aguardamos” – Romanos 8:24,25. La nuestra es una esperanza que no espera mucho de este mundo, sino que busca en la vida venidera estar junto a nuestro bendito Señor, como parte de la iglesia, cabeza y cuerpo.
Vamos a hablar más acerca de esta esperanza que tenemos. La conexión de nuestro texto de estudio parece ser la siguiente: El apóstol se alegró al ver a nuestros hermanos en Colosas poseedores de la fe, el amor y la esperanza, él agradeció a Dios y fue su deseo orar por ellos. Pablo, por así decirlo, vio estas cualidades como sellos de Dios sobre ellos, la evidencia que eran realmente un pueblo consagrado, convertido y por eso su corazón se alegró. Es cierto también que nos alegramos hoy, como lo hizo Pablo, al ver a nuestros hermanos adornados con las joyas de la fe, la esperanza y el amor; que su trabajo no ha sido en vano y que estos adornos en el presente son como una preparación para el futuro, en la eternidad.
LA UNIDAD DE NUESTRA ESPERANZA
Creemos que en la forma del lenguaje que el apóstol Pablo había utilizado en nuestro texto de la escritura (Colosenses 1:3-5), tenía la intención de demostrar que el amor en los santos les produjo la esperanza guardada en el cielo, una conexión vital y de importancia. En el versículo cinco, el apóstol comienza utilizando la palabra ‘a causa de’ o ‘por causa de’. Leemos: “a causa de la esperanza que os está guardada en los cielos, de la cual ya habéis oído por la palabra verdadera del evangelio”.
No puede haber duda de que la esperanza del cielo tiende a fomentar el amor en todos los santos de Dios. Tenemos una esperanza común, así que vamos a disponer de un afecto común de los unos hacia los otros. Todos estamos trabajando con la mirada a nuestro hogar celestial y sus muchas mansiones. Vamos a seguir adelante en esta compañía amorosa, en la esperanza de estar juntos en el cielo, así como estamos.
Uno es nuestro Maestro y uno es nuestro servicio, uno es nuestro camino y uno es nuestro fin. Por lo tanto, permitamos estar unidos como un solo cuerpo. Si fielmente, esperamos ver a nuestro amado Señor cara a cara y ser como él, ¿por qué no amamos ahora a todos en los que hay algo del carácter de Cristo? Si tenemos que vivir juntos en el cielo como los miembros de su cuerpo eternal, ¿por qué debemos pelear unos con otros sobre cosas pequeñas? Debemos estar siempre con Jesús, nuestra cabeza y ser partícipes de la misma alegría, la misma gloria, el mismo amor. ¿Por qué ahora deberíamos ser menos amorosos con los hermanos en este lado del velo? En el camino estrecho, luchamos contra los mismos enemigos, mostramos el mismo testimonio, tenemos las mismas pruebas y nos dirigimos al mismo trono de gracia como todos los miembros del cuerpo. Verdaderamente debemos amarnos unos a otros sin barreras y muros. Por lo tanto, no es difícil demostrar que la esperanza que nos está reservada en el cielo debe producir ferviente amor entre los hermanos.
FE, ESPERANZA Y AMOR, TODO UNIDO
En nuestra escritura destacada, Pablo también conecta la esperanza que está reservada en el cielo, con nuestra fe; él se alegra porque su fe fue impulsada por la esperanza que no fue menos que su amor. Puntualizó las tres gracias del Espíritu, señalando que estaban entrelazadas entre sí y también dependían una de la otra. No existiría amor que pudiéramos tener para todos los santos si no existiera amor a Jesús; si no hay amor a Jesús, no habría esperanza celestial. Si no tuviéramos esperanza, también sería cierto que no tenemos fe verdadera, una esperanza sin fe sería vana. Si tenemos al menos una de estas tres gracias, recibiríamos las otras, porque no pueden estar separadas. Las tres se establecen en el entorno mismo como el oro y nadie puede romper el sello precioso. “Y ahora permanecen la fe, la esperanza y el amor, estos tres; pero el mayor de ellos es el amor” – 1 Corintios 13:13. Bienaventurados los que tienen estas maravillosas gracias del Espíritu morando en su corazón.
UNA ESPERANZA MARAVILLOSA
Examinando aún más la esperanza que está reservada para nosotros en el cielo, vemos en primer lugar, que es una esperanza maravillosa. En segundo lugar, es una esperanza segura y en tercer lugar es una esperanza poderosa e influyente. Hablamos de esta esperanza como algo maravilloso; al tomar en cuenta que es un gran acto de gracia en el que todos debemos confiar. Cuando el padre Adán quebrantó la ley de su Hacedor, existía una esperanza, sentimos que nuestros corazones se regocijan con gratitud. Tal vez recordamos cuando éramos pecadores perdidos en este mundo, era como si el diablo hubiera escrito en nuestro dintel de la puerta, “no hay esperanza”. Seguiría siendo de esa manera hoy en día, sin embargo, una mano amorosa tomó un hisopo, lo untó con la preciosa sangre, quitando esa inscripción. “En aquel tiempo estabais sin Cristo, alejados de la ciudadanía de Israel y ajenos a los pactos de la promesa, sin esperanza y sin Dios en el mundo” – Efesios 2:12. Esa fue nuestra primera condición, pero cuan maravillosamente pudo ser cambiada. Ahora tenemos la bendita seguridad en lugar de sufrir desesperación.
También es maravilloso, que nuestra esperanza es asociada con el cielo. Si somos fieles, disfrutaremos de las alegrías del cielo con nuestro bendito Señor. Nuestra esperanza está llena de gloria, porque tiene que ver con la gloria de Jesús que esperamos contemplar en su plenitud. Nuestra esperanza con todos los santos por la misma gloria y el mismo poder está asociada con el cambio de naturaleza como nuevas criaturas en Cristo y la esperanza de sentarnos en el trono son Cristo. “He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo. Al que venciere, le daré que se siente conmigo en mi trono, así como yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en su trono” – Apocalipsis 3:20,21. Qué maravillosa esperanza tenemos y ésta no se basa en una presunción o simple credulidad. Nuestra esperanza y confianza se justifican en la Santa Palabra de Dios.
LA GRACIA Y EL OBJETO DE LA ESPERANZA
La lección de Pablo con respecto a la esperanza tiene dos aspectos. En primer lugar, es la gracia de la esperanza que habita en nuestros corazones y en segundo lugar, la esperanza que está reservada en el cielo. La lección se refiere a estos dos asuntos. La razón por la que está puesta en el cielo no es una simple esperanza, solamente para los que la esperan. Es decir, nadie tiene una esperanza en el cielo a menos que la tenga viviendo dentro de sí mismo y que la esperanza gobierne su corazón, mente, palabras y acciones. La gracia de la esperanza y su finalidad son mencionadas por Pablo en una forma que nos enseña que cuando la esperanza se forja en el corazón por la influencia del Espíritu Santo, es en cierto sentido lo esperado, así como la fe es lo que se cree porque es una realidad y se está seguro en ella. Así como la fe es la sustancia de las cosas esperadas y la evidencia de las cosas que no se han visto; la esperanza es la sustancia de lo que se espera y la evidencia de lo que no se puede ver. Nuestra esperanza es tan importante que el apóstol Pablo habla de ella como algo seguro de si mismo y que se dirige hacia el cielo. Muchas personas tienen su esperanza en la riqueza, pero ese tipo de esperanza es algo completamente diferente. Una persona puede tener la esperanza de vivir hasta la vejez, sin embargo, puede morir esta noche, por lo que es muy claro para nosotros que la esperanza de una vida larga, no es en sí misma la longevidad. El que tiene la esperanza divina crece a partir de la fe y el amor, tiene una esperanza que nunca defrauda. Por lo tanto, Pablo habla de ella como algo idéntico a lo que espera y lo describe como algo celestial. Verdaderamente tenemos una esperanza maravillosa y su realización desde mucho antes es tratada como una cuestión de cumplimiento real y habla como un tesoro reservado en el cielo. “La cual tenemos como segura y firme ancla del alma, y que penetra hasta dentro del velo” – Hebreos 6:19.
La esperanza que tenemos es un asunto de la revelación divina, porque ningún ser humano jamás podría haber inventado esta bendita esperanza. Es tan gloriosa y desconcierta la imaginación del hombre. Esta esperanza eterna tenía que ser revelada a nosotros o nunca la hubiéramos conocido. El apóstol dice: “A causa de la esperanza que os está guardada en los cielos, de la cual ya habéis oído por la palabra verdadera del evangelio” – Colosenses 1:5. El Señor nos ha prometido esta esperanza en las Escrituras. Una ventana del cielo ha sido abierta para nosotros y estamos invitados para observar el interior y esperar el tiempo venidero cuando estemos con él para siempre.
AL ESCUCHARLO VINO LA ESPERANZA
Algo más que es tan maravilloso acerca de todo esto, es que la esperanza nos llegó sólo al escuchar la maravillosa Palabra de Dios. El apóstol Pablo escribió: “Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios. Pero digo: ¿No han oído? Antes bien, Por toda la tierra ha salido la voz de ellos, Y hasta los fines de la tierra sus palabras” – Romanos 10:17,18. Esta esperanza no vino por nuestras propias obras o por nuestros propios méritos. No hicimos nada para merecerlo. Hemos recibido el mensaje maravilloso, simplemente escuchándolo, luego obedeciendo la Palabra de Dios y creyendo que hay una nueva vida en Cristo Jesús. Hemos escuchado de las Escrituras que Jesucristo abrió el reino de los cielos para nosotros. Creímos el mensaje y vimos un camino abierto en su sangre preciosa. También escuchamos lo que nuestro Padre Celestial ha preparado para aquellos que le aman. Hemos recibido indescriptible gozo, creemos y confiamos en Jesús. Toda nuestra confianza está en la palabra que hemos oído, porque está escrito: “Inclinad vuestro oído, y venid a mí; oíd, y vivirá vuestra alma; y haré con vosotros pacto eterno, las misericordias firmes a David” – Isaías 55:3.
Por el oír y el estudio continuo, nuestra fe se fortalece y nuestros corazones son llenos con perfecta garantía activa y regocijo anticipado, lo que da como resultado amar más la Palabra de Dios. La sustancia de nuestra esperanza es extraordinaria y no es posible describir completamente todas las fases de deleite que están conectadas con nuestra esperanza. La nuestra, es una esperanza de victoria; con la ayuda del Señor vamos a superar a todos los enemigos y pronto Satanás será pisoteado y sujetado. Nuestra lucha de la vida terminará en la victoria, si nos mantenemos fieles. “Entonces oí una gran voz en el cielo, que decía: Ahora ha venido la salvación, el poder, y el reino de nuestro Dios, y la autoridad de su Cristo; porque ha sido lanzado fuera el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba delante de nuestro Dios día y noche. Y ellos le han vencido por medio de la sangre del Cordero y de la palabra del testimonio de ellos, y menospreciaron sus vidas hasta la muerte” – Apocalipsis 12:10,11.
SEREMOS COMO ÉL
No esperamos sólo por la victoria, sino que la perfección que tendremos en ese momento se verá en la belleza de nuestra nueva naturaleza. “Y ahora, hijitos, permaneced en él, para que cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en su venida no nos alejemos de él avergonzados. Si sabéis que él es justo, sabed también que todo el que hace justicia es nacido de él” – 1 Juan 2:28,29.
Juan proclamó: “Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. Y todo aquel que tiene esta esperanza en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro” – 1 Juan 3:1-3.
Qué honor para nosotros, como miembros de la familia humana caída, el poder ser como nuestro Señor Jesús y verlo tal cual es. Entonces no tendremos más propensión por el pecado, no existirá ni rastro de él en nosotros. Todo lo que tendremos será nuestra naturaleza como seres espirituales perfectos, completamente desarrollados y sin pecado. Amaremos más a Dios, también lo veremos y seremos presentados a él por nuestra cabeza, Cristo. Sin duda diremos en ese momento futuro: “Bendice, alma mía, a Jehová,
Y bendiga todo mi ser su santo nombre. Bendice, alma mía, a Jehová, Y no olvides ninguno de sus beneficios. El es quien perdona todas tus iniquidades, El que sana todas tus dolencias; El que rescata del hoyo tu vida, El que te corona de favores y misericordias; El que sacia de bien tu boca De modo que te rejuvenezcas como el águila” – Salmo 103:1-5.
Hay esperanza para los que son fieles. Tendrán la seguridad sobre todo peligro, porque no hay mal en el cielo; habrá paz, descanso y alegría. Aquí sólo vemos a través de un cristal oscuro, sólo conocemos una parte, pero le veremos cara a cara y sabremos que somos conocidos. No habrá ningún enemigo espiritual. Ni el mundo, ni la carne, ni el Diablo perturbarán nuestro eterno descanso. A medida que finaliza un año más en el Señor, recordemos estas palabras del apóstol Pablo, “Y el Dios de esperanza os llene de todo gozo y paz en el creer, para que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo” – Romanos 15:13.