DOCTRINA Y VIDA CRISTIANA

La Nueva Creación:
“El Llamamiento de la Nueva Creación”
Parte IV

Santificación significa puesto aparte para el santo servicio. Los pecadores no son llamados a la santificación, sino al arrepentimiento. Los pecadores arrepentidos no están obligados a la consagración, sino deben creer en el Señor Jesucristo para su justificación. La santificación se impone sólo a la clase justificada, a los que creen en las promesas de Dios, concentradas en Cristo y aseguradas por su sacrificio en rescate. Esto no quiere decir que la santificación o la santidad no es lo que convenga a toda la humanidad; esto significa sencillamente que Dios previó que mientras un hombre se encuentre en la posición de un pecador no arrepentido, sería inútil invitarle a ponerse aparte para llevar una vida de santidad. Él debe en primer lugar darse cuenta de su culpabilidad y arrepentirse. Esto no quiere decir que el pecador arrepentido no debe alcanzar la santificación, ser puesto aparte para una vida de santidad, sino más bien que una santificación que omitiera la justificación sería completamente vana. En el orden de las disposiciones tomadas por Dios, debemos saber primero que la bondad divina proporcionó todo lo que es necesario con respecto a nuestros pecados; debemos aceptar su perdón [“su arreglo” — Ed.] como un don gratuito por Cristo, antes de que estemos en una actitud apropiada para contemplar la consagración y santificarnos en su servicio. Además, el objetivo de todo este arreglo de la Edad Evangélica — el llamamiento al arrepentimiento, la proclamación de las buenas nuevas de una justificación posible, una invitación hecha a los justificados [a todos los creyentes — Ed.] de santificarse, de consagrarse a Dios, son tantos elementos o partes del único gran plan que Dios está realizando ahora: el desarrollo de la Nueva Creación. Dios predeterminó que todos los que constituyan la Nueva Creación deben ser sacrificadores — del “Sacerdocio real”, y que cada uno de ellos debe tener algo para ofrecer a Dios, a ejemplo de nuestro Sumo sacerdote que “se ofreció a Dios” (Heb. 7:27; 9:14). Todo el subsacerdocio [Los sacerdotes que están bajo la autoridad del Sumo sacerdote — Trad.] también debe ofrecerse a sí mismo a Dios. Como les invita a eso el Apóstol: “Les exhorto pues hermanos [hermanos, porque son justificados y por eso admitidos en la comunión con Dios] por las compasiones de Dios [el perdón ya experimentado de los pecados] a presentar sus cuerpos en sacrificio vivo y santo, agradable a Dios, [lo que es] su servicio inteligente” (Rom. 12:1. — Darby). Y ahora, observe que, ya que nuestros cuerpos no son efectivamente “santos”, hace falta que se consideren como tales antes de que puedan ser “aceptables a Dios”, contados como “santos”; es decir, debemos ser justificados por la fe en Cristo antes de tener cualquier cosa santa y aceptable para depositar en el altar de Dios. Y esta cosa aceptable debe ser puesta en el altar de Dios, sacrificada y aceptada por él, saliendo de las manos de nuestro gran Sumo sacerdote, antes de que podamos ser considerados como miembros de su “Sacerdocio real”.

La santificación será exigida por el gran Rey durante la Edad milenaria. El mundo entero será llamado a santificar, a separarse de toda impureza, de cualquiera que sea el pecado, y a obedecer la voluntad divina representada por el Reino y sus príncipes. Puede que algunos observen entonces una santificación o una santidad de vida totalmente exterior sin tener el ánimo santificado: ésos puedan hacer progreso tanto mental como moral y físico — hasta el límite extremo de la restauración a la plena perfección; al hacerlo ellos disfrutarán en el ínterin, de las bendiciones y las recompensas que caracterizarán este glorioso período hasta su mismo término; pero si, entonces, la santificación no penetra sus propios pensamientos y las intenciones de sus corazones, no serán limpios para las condiciones eternas más allá de la Edad milenaria, donde nada se admitirá que no esté absolutamente en conformidad con la regla divina en pensamiento, en palabra y en acción.

Sin embargo, habiendo trazado así el desarrollo de la santificación como principio general y de su acción en el mundo en el futuro, no perdamos de vista el hecho de que las Escrituras fueron especialmente escritas “para nuestra instrucción” — para la instrucción de la Nueva Creación. Cuando haya venido el tiempo para el mundo de ser instruido en el sentido de la santificación, el Gran Maestro, el Sol de Justicia estará allí para inundar la tierra con el conocimiento de Dios. No habrá más Babel de teorías y de doctrinas confusas porque el Señor prometió que en este día: “Devolveré yo a los pueblos pureza de labios [mensaje puro], para que todos invoquen el nombre de Jehová, para que le sirvan de común consentimiento” (Sof. 3:9). Es sólo a la Nueva Creación que el Apóstol se dirige cuando declara que Cristo, “nos ha sido hecho por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención”. Por lo tanto, prestemos la más seria atención en estas cosas escritas para nuestra instrucción y que son necesarias evidentemente para nosotros si queremos hacer firme nuestro llamamiento y nuestra elección para formar parte de la Nueva Creación.

Lo mismo que el Señor dijo a los Israelitas típicos: “Santificaos, pues, y sed santos” y “os santifico” (Lev. 20:7, 8; Ex. 31:13), así él invita al Israelita según el espíritu a consagrarse, a presentar su cuerpo en sacrificio vivo, a ofrecerse a Dios gracias a, y por, el mérito de la reconciliación de Cristo; son solamente ésos que lo hacen durante el “tiempo favorable” que el Señor acepta y pone aparte como santos escribiendo sus nombres en el libro de la vida del Cordero (Apoc. 3:5). Además, les otorga las coronas de gloria, de honra y de inmortalidad que recibirán si se encuentren fieles en todos sus compromisos, lo que, tenemos la seguridad, es sólo un “servicio razonable” —Apoc. 3:11.

Lo mismo que en el tipo, la consagración de los Levitas era una consagración parcial, para seguir la justicia, pero no era una consagración con vistas al sacrificio, así el paso siguiente de la santificación que es tomado por los que aceptan el llamamiento de Dios para formar parte del Sacerdocio real, fue simbolizado en el tipo por la consagración de Aarón y sus hijos en la función sacerdotal — una consagración para el sacrificio. Esto fue simbolizado por los vestidos blancos de lino fino que representaban la justicia, la justificación, y por el aceite de unción y por el oficio del sacrificador en el cual todos los sacerdotes tomaban parte. —Heb. 8:3.

En los tipos levíticos, dos consagraciones son distintamente indicadas: (1) la consagración general de todos los Levitas; (2) una consagración especial de algunos Levitas que eran sacrificadores o sacerdotes. La primera de estas consagraciones representa la consagración general a una vida santa y a una obediencia a Dios que hacen todos los creyentes, y que, por la gracia de Dios a través de Cristo, obtiene para ellos, tentativamente [o considerada como tal — “Reckonedly”1Trad.] la “justificación a la vida” y la paz de Dios. Esto es lo que todos los verdaderos creyentes comprenden y experimentan en esta Edad. Pero, como lo explica el Apóstol: “el propósito de este mandamiento, es el amor2 nacido de un corazón limpio” (1 Tim. 1:5) es decir, Dios preve que nuestra sumisión a nuestra primera consagración, nuestra sumisión a los términos de nuestra justificación durante la Edad presente, nos conducirá a la meta de esta justificación, a la consagración como sacerdotes para el sacrificio.

(1) O “tentatively” (sinónimo): “experimentalmente”—Trad.

(2) Griego agape: amor desinteresado.

¿Cómo es así? Porque una vida santa y una obediencia a Dios comprenden un “amor que viene de un corazón limpio” por Dios y por nuestros semejantes. El amor por Dios significa un amor “de todo nuestro corazón, de todo nuestro pensamiento, de toda nuestra sustancia, de toda nuestra fuerza”; tal amor no espere ser ordenado, sino se ofrezca para el servicio, diciendo: “Señor, ¿qué quieres que yo haga?” En el primer advenimiento, todo “Israelita verdadero” fiel había hecho esta primera consagración representada por aquella de los Levitas. Es a aquellos que el Señor dirigió el llamado especial del Evangelio, aquel de la consagración a la muerte, al sacrificio de sus intereses terrestres para obtener las riquezas celestes, el llamamiento a hacerse discípulos que siguen las pisadas de Jesús, el Jefe de nuestra Salvación sobre el camino angosto que conduce a la gloria, la honra y la inmortalidad. Los que respondieron a esta invitación fueron aceptados como sacerdotes, como miembros del cuerpo del Sumo sacerdote de nuestra profesión y “hijos de Dios”. —Juan 1:12.

Durante toda la Edad Evangélica, los mismos trámites prevalecen: (1) Es la consagración a la obediencia y a la justicia que hace de nosotros Levitas antitípicos. Descubrimos, entonces, que la justicia significa un amor supremo por Dios y un deseo de entender y de hacer su voluntad; luego, más tarde, nos damos cuenta de que toda la creación es tan pervertida ahora, tan desnaturalizada y tan en desacuerdo con Dios que, de hecho, estar de acuerdo con Dios es estar en desacuerdo con toda injusticia tanto aquella que habite en nosotros como aquella que existe en otros; entonces nos dirigimos al Señor, le clamamos a Él para saber por qué nos llamó, por qué aceptó nuestra consagración, y por qué, sin embargo, Él aparentemente hizo esto posible sólo por sacrificio. A este clamor el Señor responde: “Han sido llamados en una misma esperanza de vuestra vocación” (Ef. 4:4), y este llamamiento tiene por objetivo la coherencia con nuestro Señor en la gloria, la honra y la inmortalidad del Reino (Lucas 12:32; Rom. 2:7); él añade que el camino es angosto y difícil porque es indispensable, para aquellos que quieren así honrar y sufrir estas pruebas con éxito (Mat. 7:14; Rom. 8:17). (2) Esto fue después de haber oído el llamado de Dios a través del Apóstol: “Por consiguiente, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios que presentéis vuestros cuerpos como sacrificio vivo y santo, aceptable a Dios, que es vuestro culto racional” (Rom. 12:1, La Biblia de las Américas), después de haber respondido a este llamamiento y después de habernos consagrados hasta la muerte que fuimos contados como sacerdotes del “Sacerdocio real”, miembros del Gran Sumo sacerdote de nuestra profesión (u orden) Cristo Jesús, Nuevas Criaturas.

Estos creyentes que, después de haberse dado cuenta de que “el propósito de este mandamiento es el amor nacido de corazón limpio”, se niegan a ir hasta este fin, se niegan a aceptar el llamado al sacrificio, y se niegan por consiguiente a someterse a lo que Dios contempló justificándoles,3 ésos fracasan en su pacto basado en la obediencia a la justicia, a causa de la estrechez del camino, y niegan así la “sola esperanza de su llamado”. ¿No reciben ellos la gracia de Dios [la justificación a la vida, considerada como tal]4 en vano? Si se recuerda los beneméritos de la antigüedad, y que observa cuánto les costó para recibir “buen testimonio mediante la fe” y para “agradar a Dios”, para guardar así su justificación a la amistad (Heb. 11:5, 32-39), ¿podemos esperar nosotros que la justificación a la vida, concedida durante esta Edad Evangélica a los que se hacen Levitas antitípicos, pueda mantenerse por un menor grado de fidelidad de corazón al Señor y a la justicia? Debemos concluir con certeza que los que son aceptados como creyentes justificados5 (Levitas antitípicos) y que “calculan los gastos”, lo que les cuesta para ser discípulos (Lucas 14:27, 28) — al cual les conduce su consagración ya hecha — y entonces se niegan a ejercer la fe en la ayuda prometida por el Señor, rehúsan o fallan a avanzar para cumplir su “servicio razonable”, completando su consagración — aun hasta la muerte — ésos han recibido el favor del Señor en vano. No podemos considerarlos seguramente como teniendo ahora esta justificación a la vida, ni aun la justificación a la comunión especial con Dios; así ellos caen de su posición privilegiada de Levitas antitípicos y no deben ser considerados más en lo sucesivo como tales.

(3) tentativamente—Edit.

(4) o tentativa—Trad.

(5) tentativamente—Edit.

Sin embargo, entre los que aprecian bien el favor de Dios, y cuyos corazones responden en toda lealtad a los privilegios y al “servicio razonable” de una plena consagración, y que emprenden por el pacto de obediencia a Dios y a la justicia aun hasta la muerte, hay las dos clases siguientes:

(1) Los Levitas antitípicos que, con alegría, “entregan su vida” voluntariamente, buscando los caminos y los medios de servir al Señor, a los hermanos y la Verdad, considerando como un placer y un honor de sacrificar así su bienestar terrestre, sus gustos, el tiempo, la influencia, los medios y todo lo que constituye la vida presente. Estos sacrificadores voluntarios y alegres, los sacerdotes antitípicos, serán glorificados en poco tiempo, y, con su Señor, formarán el “Sacerdocio real”. Una vez acabado su sacrificio, ellos no serán más en lo sucesivo tipificados por Aarón y sus hijos que cumplirán sacrificios para el pueblo, sino por Melquisedec — un sacerdote sobre su trono — que difundirá por el mundo durante el Milenio, las bendiciones aseguradas por los “sacrificios más excelentes” ofrecidos en el transcurso del Día de la Expiación antitípico — la Edad Evangélica.

(2) Otra clase de creyentes responde al llamado del fondo del corazón y consagra alegremente su todo al Señor y a su “servicio razonable”. Ellos demuestran así que son dignos de ser Levitas antitípicos porque no reciben la gracia de Dios en vano. ¡Pero por desgracia! aunque respondan al llamado y entren así en “la sola esperanza de nuestra vocación” y en todos los privilegios de los elegidos, su amor y su celo no son desarrollados, sin embargo, hasta el punto de incitarles a cumplir el sacrificio que habían prometido hacer. Puesto que su amor y su fe no son bastante ardientes, ellos fallan de colocar o de mantener su sacrificio sobre el altar. No podemos considerarlos por lo tanto como “copias” verdaderas o imágenes de nuestro Gran Sumo sacerdote a quien le encanta hacer la voluntad del Padre; ellos no combaten victoriosamente y no pueden ser contados, por lo tanto, entre los “vencedores” que tendrán parte con su Señor en el Reino de los cielos a título de miembros del “Sacerdocio real”. Ellos fallan de hacer firme su vocación y su elección no sometiéndose completamente a los términos de su pacto.

¿Pero qué hay de éstos? ¿Perdieron todo por el hecho de que corriendo por el premio, fallaron en la prueba de celo y de amor exigida para ganarlo? No, gracias a Dios. Aun si, sometido a pruebas cruciales, su fe y su celo fueron encontrados suficientes para que puedan ser clasificados entre los sacrificadores (o sacerdotes — Trad.), sin embargo, su grado de fe y de celo para consagrarse aun hasta la muerte demuestra la sinceridad de su corazón como Levitas. Sin embargo, no basta que se hayan consagrado plenamente; ellos deben demostrar absolutamente que aman al Señor de todo corazón y que no le renegarán a ningún precio, aun si no son bastante fieles para buscar el sacrificio en su servicio. Entonces, ¿qué es la prueba que probará que son dignos del encargo de los Levitas en el Reino? ¿Y cómo se aplicará?

Nosotros ya hicimos alusión a esta “gran multitud” de verdaderos consagrados al Señor descrita en Apocalipsis 7:13-15. “Estos son los que han salido de la gran tribulación, y han lavado sus ropas, y las han emblanquecido en la sangre del Cordero. Por esto, están delante del [y no sobre el] trono de Dios, y le sirven día y noche [continuamente] en su templo [la Iglesia]; y el que está sentado sobre el trono extenderá su tabernáculo sobre ellos” [él les asociará con sí mismo y su Esposa glorificada en la condición espiritual y sus servicios]. “¡Vírgenes insensatas!” Ellas dejaron escapar la ocasión favorable de hacerse miembros de la Esposa, pero son vírgenes, puras, sin embargo, en cuanto a las intenciones de su corazón. Ellas pierdan el premio pero más tarde procuran, a través de pruebas duras, tener parte en el festín nupcial del Esposo y de la Esposa, “vírgenes irán en pos de ella, compañeras suyas”. Serán también presentadas al Rey. “Serán traídas con alegría y gozo; entrarán en el palacio del rey” (Sal. 45:14, 15). Como Levitas, ellas no procuraron obtener el premio del Sacerdocio Real, pero todavía son Levitas y pueden servir a Dios en su templo glorificado, la Iglesia, aunque no puedan ser ni, “columnas” ni “piedras vivas” en este templo (Apoc. 3:12; 19:6, 7; Sal. 45:14 y 15.). El versículo que sigue la última cita enfoca nuestra atención en los Levitas antitípicos de la época anterior que Israel según la carne llamaba “los padres”, y nos asegura que serán recompensados siendo hechos “príncipes sobre toda la tierra”.

También, los tres hijos de Leví (Gersón, Coat y Merari) parecen representar cuatro clases: (1) Moisés, Aarón y toda la familia sacerdotal de Amram (hijo de Coat) cuyas tiendas se elevaban delante [al lado] del Tabernáculo. Ellos tenían la carga entera de todas las cuestiones religiosas — sus hermanos, todos ellos Levitas — siendo sus ayudantes o servidores honrados. (2) Acampada en el lado sur se encontraba la familia de Coat, sus parientes más cercanos, quienes tenían la carga de los objetos más sagrados: los Altares, el Candelabro (versión Zadoc-Kahn: “alumbrado”), la Mesa y el Arco. (3) Acampados al norte del Tabernáculo se encontraban los Levitas de la familia de Merari, los próximos en honor en el servicio y que estaban a cargo de las tablas cubiertas con oro del tabernáculo, las columnas y las bases, etc. (4) Detrás se encontraban los Levitas de la familia de Gersón. Ellos estaban a cargo de los servicios menos importantes — lo de transportar, etc., los cordajes, las cortinas exteriores, la puerta, etc.

Estas familias distintas de Levitas pueden representar muy bien cuatro clases distintas de la humanidad justificada, cuando se haya acabado la obra de reconciliación: los santos o Sacerdocio Real, los Beneméritos de la Antigüedad, la “Gran Multitud” (la Gran Muchedumbre — Trad.) y el mundo liberado. Así como pasa a menudo cuando se trata de tipos, los nombres parecen ser significativos: (1) La familia de Amram escogida para formar el sacerdocio. El nombre AMRAM quiere decir pueblo elevado o exaltado. ¡Qué nombre bien apropiado para el tipo del “rebaño pequeño” cuya Cabeza es Jesucristo! “Altamente elevados”, “altamente colocados”, tales son las declaraciones bíblicas que se refieren a estos sacerdotes. (2) COAT significa aliado o compañero. Estuvo en la familia de Coat que los hijos de Amram fueron escogidos para hacerse una nueva casa de sacerdotes. Los Levitas de la familia de Coat podrían representar bien a los Beneméritos de la Antigüedad cuya fe, obediencia, fidelidad a Dios, la diligencia que hay que sufrir por la justicia, fueron tan plenamente atestiguadas y con quienes sentimos tan entroncados. Fueron verdaderamente los aliados del Señor y los nuestros y, de cierto modo, están más cerca de Cristo de toda manera que lo esté cualquiera otro. (3) MERARI quiere decir amargo. Los Levitas de la familia de Merari parecerían representar a la “gran multitud” de los engendrados del espíritu que no ganaron el premio del Sacerdocio real y que son salvos como a través del fuego, elevándose por una “gran tribulación” y experiencias amargas a la posición de honor y de servicio que ocuparán. (4) GERSON significa refugiados, rescatados. Los Levitas de la familia de Gersón parecerían representar bien a los humanos salvos, a todos aquellos del mundo que hayan encontrado un refugio, que hayan sido socorridos y que serán liberados de la ceguera y de la esclavitud de Satanás.

Por consiguiente, los primeros en orden tanto como en rango entre estos Levitas antitípicos o justificados, serán los miembros del Sacerdocio real a los cuales serán confiados el Reino milenario y todos sus intereses. A su derecha estarán sus aliados más cercanos — los Beneméritos de la Antigüedad que establecerán como “príncipes sobre toda la tierra”. A su izquierda se encontrarán sus hermanos fieles de la Gran Multitud6 Y finalmente, vendrán todos los que serán liberados del pecado y de la muerte durante el Milenio y cuya lealtad habrá sido demostrada plenamente en la gran prueba que acabará la Edad milenaria. —Apoc. 20:7-9.

(6) El último pensamiento del autor es que ciertos textos de las Escrituras parecen enseñar que los Beneméritos de la Antigüedad no tendrán la precedencia, sino que ocuparán un rango inferior a la Gran Multitud durante el Milenio, y recibirán la naturaleza espiritual y los honores más grandes al fin. [Durante el Milenio, ellos ocuparán un rango inferior en cuanto a su naturaleza; pero ocuparán entonces un rango más elevado en cuanto a su ministerio.—Edit.]

Todos los que pertenezcan a estas clases de Levitas, serán los que hayan sido probados y hayan manifestado la lealtad de su corazón en sus pruebas. Sin embargo, esto no implica que los que son ahora justificados por la fe, por anticipado del mundo7 y que descuidan o se niegan a avanzar y a alcanzar el propósito del mandamiento — el amor que viene de un corazón limpio — y que reciben por consiguiente esta gracia de Dios en vano no tendrán una nueva ocasión favorable. Si, cuando ellos “cuentan los gastos” de la participación en el servicio sacerdotal del sacrificio, y declinan la oferta que se les hace, es bien seguro que no se puede ni alabar ni recompensar tal apreciación del “servicio razonable” hacia Dios, pero en toda justicia su falta de sabiduría no merece tampoco un castigo; de otro modo, el llamado a la gloria, a la honra y a la inmortalidad no es una gracia sino una necesidad, no es una invitación sino un mandamiento, no es un sacrificio sino una obligación. La pérdida o la anulación de su justificación no impide que todavía formen parte del mundo rescatado exactamente en la situación donde se encontraban antes de aceptar a Cristo por la fe, excepto que el incremento de su conocimiento aumenta también su responsabilidad en cuanto a hacer el bien. En otras palabras, la prueba por la vida o la muerte eternas en la actualidad sólo incluye a los que, de buen grado, hacen una plena consagración al Señor “aun hasta la muerte”. El resto de la raza todavía no está en juicio por la vida o la muerte eternas, y no lo será antes de que el Reino milenario haya sido establecido. No obstante, mientras tanto cada ser humano, en proporción con la luz que haya recibido, edifica o destruye su carácter, y hace así sus condiciones en la Edad milenaria y sus esperanzas de vida eterna, sean mejores o sean peores, según que obedezca o desconozca su conocimiento y su conciencia.

(7) “Fe, en el sentido experimental y que …”—Edit.

Sin embargo, para los que son plenamente consagrados la cosa es diferente. Por su consagración más completa hasta la muerte, ellos renuncian totalmente la vida terrestre, intercambiándola por la vida espiritual que será la suya si son fieles hasta la muerte, pero no de otro modo. En consecuencia, para ellos, la infidelidad significará la muerte eterna como lo será también para todos los seres humanos que, al fin del Milenio, serán infieles.

Ninguno de los Levitas tuvo una herencia en la tierra de Canaán. Este hecho es significativo: habiendo consagrado su todo al Señor, y estando plenamente de todo corazón en armonía con su justicia, las condiciones imperfectas de pecado de la actualidad no son su herencia. Canaán representaba la condición donde se efectuaba la lucha durante el estado de prueba; las conquistas sobre los enemigos representaban la victoria sobre los dolores, etc. especialmente durante el Milenio; pero Dios proporcionó una mejor herencia, una herencia pura y perfecta, para todos los que Él justifica completamente como Levitas antitípicos. Los primeros de entrar en posesión de esta herencia más excelente serán los Sacerdotes que tendrán parte en la Primera Resurrección y recibirán la perfección de la naturaleza divina. Los “Beneméritos de la Antigüedad” vendrán luego y entrarán en su herencia perfecta por la resurrección como seres humanos perfectos.8 La “Gran Multitud” seguirá en orden y se hará perfecta en el plano espiritual. En último lugar, la clase de Gersón, elevada, levantada y probada durante el Milenio, entrará en su herencia por esta resurrección gradual, un levantamiento de la muerte a la vida se alcanzará plenamente al fin del Milenio.

(8) El último pensamiento del autor es que ciertos textos de las Escrituras parecen enseñar que los Beneméritos de la Antigüedad no tendrán la precedencia, sino que ocuparán un rango inferior a la Gran Multitud durante el Milenio, y recibirán la naturaleza espiritual y los honores más grandes al fin. [Durante el Milenio, ellos ocuparán un rango inferior en cuanto a su naturaleza; pero ocuparán entonces un rango más elevado en cuanto a su ministerio.—Edit.]

Lo mismo que sólo los creyentes que se consagran hasta el límite extremo — hasta la muerte — son engendrados del Espíritu Santo y contados como miembros del Gran Sumo sacerdote, así lo demostraban los tipos, porque los Levitas en general no recibían el santo aceite de unción, el tipo del Espíritu Santo, sino sólo los sacrificadores, los sacerdotes solos. Todos ellos fueron rociados del aceite mezclado con sangre, con el fin de mostrar que el Espíritu Santo dispensado a los miembros de Cristo se les concede sólo en virtud de la sangre difundida: (1) el sacrificio de Cristo Jesús en su favor los justifica, y (2) su compromiso en tomar parte en el sacrificio con Cristo — entregando sus vidas en su servicio. —Éxodo 29:21.

La unción del Sumo sacerdote era todavía una cosa diferente; ella representaba la unidad, la solidaridad de la Iglesia elegida, porque esta unción fue derramada sólo sobre el que debería asumir la dignidad sacerdotal como gran sacerdote — primero sobre Aarón solo — pero sobre cada uno de sus hijos, en el mismo momento en que sucedían en el oficio del gran sacerdote “para ejercer el sacerdocio delante de mí” (Éxodo 28:41; 40:13, 15). Cristo Jesús nuestro Señor, la Cabeza de la Iglesia que es su cuerpo fue “ungido con óleo de alegría [el Espíritu Santo] más que [la cabeza está encima] a sus compañeros” o coherederos, los miembros del “Sacerdocio real”. Fue totalmente derramado sobre él, y “de su plenitud [abundancia] tomamos todos, y gracia sobre gracia” [Juan 1:16]. Fue un “don inefable” que de ser perdonado y ser justificado por el mérito de su sacrificio. Y ahora es casi imposible creer que seamos llamados a ser sus coherederos en el Reino y que nuestra consagración sea “sellada” por una aspersión de sangre y de aceite teniendo parte en la unción de nuestra Cabeza [o Jefe — Trad.].

El Señor guió al profeta David para darnos una descripción escrita de la unción y mostrarnos como fue totalmente derramada sobre nuestra Cabeza, y cómo hace falta que se baje de él sobre nosotros (Sal. 133:1-3; 45:7; Lucas 4:18). Los miembros de la Iglesia son los “hermanos” a quienes el espíritu incita a “habitar juntos en armonía”. Es necesario que todos los que son uno con la Cabeza estén en armonía con los otros miembros de la Iglesia que es su cuerpo, y es sólo en proporción donde lo estén que reciben el Espíritu Santo de unción.9 Este aceite de la santa unción representaba al Espíritu Santo y la iluminación que trae a aquellos que Dios acepta como miembros en perspectiva del Sacerdocio Real, la Nueva Creación, miembros que son “sellados”, es decir, marcados por el Espíritu Santo que se les da así como lo mostramos anteriormente.

(9) Vol. V, Cap. IX (en ingles).


(La quinta parte del tercer capítulo del libro “La Nueva Creación” se publicará en la edición de septiembre-octubre de 2012)


Asociación De los Estudiantes De la Biblia El Alba