DOCTRINA Y VIDA CRISTIANA

La Nueva Creación:
“La Nueva Creación Predestinada”
Parte III

El apóstol Pedro nos asegura que, como clase, fuimos “elegidos según la presciencia de Dios Padre”. Sin embargo, su declaración no se para allí, sino continúa así: “en santificación del Espíritu, para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo” (1 Ped. 1:2). Esto significa que Dios preconoció a la Nueva Creación como clase, que determinó de antemano a justificar a los miembros por la fe, gracias a la sangre de Cristo; que él preconoció que hubiera suficientes, para completar esta clase, con los que serían obedientes y alcanzarían la santificación por la Verdad. Nada, en ningún pasaje bíblico, implica un preconocimiento divino de los individuos que componen la clase elegida, con la excepción de la Cabeza (o Jefe — Trad.) de la Iglesia. Se nos dice que Dios preconoció a Jesús como su elegido. No queremos decir que el Señor está limitado en su capacidad de identificar a los individuos que compondrían la clase elegida, sino simplemente que, cualquiera que sea su poder con respecto a esto, él no declaró que tenía la intención de ejercerlo. Él determinó que Cristo sería el Redentor del mundo, y que en recompensa sería elevado como el primer miembro: Cabeza, Señor, jefe de la Nueva Creación. Él también ordenó que cierto número específico fuera escogido entre los hombres para ser sus coherederos en el Reino — participando con él en la Nueva Creación. Tenemos toda razón para creer que el número definido, fijado de los elegidos es lo que se menciona muchas veces en el Apocalipsis (7:4; 14:1), es decir, 144.000 “redimidos de entre los hombres”.

Antes de la fundación del mundo, Dios escogió o predeterminó que hubiera tal clase elegida. Comprendemos esto por analogía con la decisión que, en el ejército británico, habría cierto cuerpo de soldados que formaría “La Guardia personal del Rey”; él estaría compuesto de hombres de estatura fuerte y de medidas especiales, diversos detalles concernientes al corte, al peso, etc. siendo determinados de antemano, y el efectivo de la tropa fijado de manera definitiva, aun antes del nacimiento de los miembros actuales que forman parte de ella. Lo mismo que el decreto real fijó estas condiciones físicas de cumplir y con cuántos hombres se elevaría el efectivo de esta tropa, así el decreto real del Creador fijó y limitó el número de los que constituirían la Nueva Creación de Dios; él no define sus medidas físicas, sino sus cualidades morales y sus condiciones de corazón. Lo mismo que no fue necesario predeterminar los nombres de los que formarían “la guardia real”, no fue necesario para nuestro Creador de predeterminar los nombres de los individuos que él consideraría aceptables como Nuevas Criaturas en Cristo, en las condiciones y las reservas prescritas.

Este punto es traído muy particularmente a nuestra atención en un pasaje bíblico que se recuerda y que se cita en general, pero en parte solamente: “Porque a los que antes conoció, también los predestinó”. El pueblo del Señor no debería contentarse con tomar una parte de la Palabra divina y separarla de su contexto inmediato. Si leemos el resto del pasaje tal como está escrito, el tema entero aparece claramente en nuestra mente: “A los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos”. —Rom. 8:29.

En realidad, esta predestinación es diferente de la que fue generalmente comprendida por los que han sostenido la doctrina de la elección en el pasado. Según su concepción y su enseñanza, deberíamos comprender el pasaje así: a los que él preconoció, él también los predestinó a escapar del tormento eterno y a recibir bendiciones eternas en la gloria. ¡Cómo esta opinión difiere de la que presenta la Escritura de manera razonable y conveniente! Dios predestinó que su Unigénito fuera la Cabeza de esta Nueva Creación y había predeterminado mucho tiempo antes de llamar a quien sea entre nosotros, que nadie sería miembro de la Nueva Creación si no se hiciera una copia de su Hijo. ¡Cuán bella, cuán razonable es la doctrina bíblica de la elección! ¿Quién podría poner en tela de juicio la Sabiduría, la Justicia o el Amor de tal elección, con condiciones tales como las del carácter que debe parecerse a Jesús, y con vistas a tal obra grandiosa que Dios proyectó? — con el fin de ser coherederos de Cristo para bendecir a todas las familias de la tierra.

“LLAMADOS SEGÚN SU PROPÓSITO” — Rom. 8:28-30

Para estudiar este tema, no podemos hacer mejor que seguir con cuidado las palabras del Apóstol y su argumentación lógica. En los versículos (22, 23.) precedentes él nos muestra cuál es la intención de Dios en llamar a la Nueva Creación: recibir una gran bendición y también dar una a otros, a saber, a la creación gimiente que suspira y está con dolores de parto, esperando la manifestación de estos hijos elegidos de Dios de la Nueva Creación (vs. 21, 22). El Apóstol continúa luego mostrando que toda cosa concurre a favor de esta clase que Dios llama a la Nueva Creación, que tal es el sentido de las decepciones actuales, pruebas, vejaciones, oposiciones del mundo, de la carne y del Adversario, a saber, que estas experiencias están destinadas a producir en nosotros los frutos apacibles de justicia, el “eterno peso de gloria que sobrepasa toda comparación” [2 Cor. 4:17], a la cual hemos sido llamados, y a la cual aspiramos con razón. El Apóstol descubre con nosotros los medios providenciales del Señor con respecto a estos llamados para que toda cosa concurra favorablemente. Debemos pensar en nuestro llamado sólo con relación a nuestro Hermano mayor y bajo su dirección. Nadie pudiera precederlo, porque es sólo por observar sus pasos y por seguirlos que podemos esperar a hacernos participantes de su gloria. Según la predestinación divina, todos estos hermanos de Cristo deben ser copias de su Hermano mayor, si quieren devenir participantes de la Nueva Creación. Esto no nos dejaría ninguna esperanza que cualquier miembro de la familia humana alcance esta gloria, si el Señor no nos mostrara muy claramente por otra parte, las disposiciones que tomó por nosotros, gracias a la redención que está en Cristo Jesús nuestro Señor: así, las debilidades carnales que heredamos y que no podemos dominar completamente, son totalmente cubiertas por el mérito del sacrificio del Redentor; así, el Señor puede disculparnos de no ser copias perfectas de su Hijo en la carne; él puede aceptarnos según su predestinación, si nos encuentra ser tales copias de corazón, de intención, de voluntad, es decir, si probamos nuestra voluntad dominando la carne tanto como nos es posible hacerlo; nuestro Señor Jesús, por su “gracia que basta para nosotros” cubre entonces nuestras manchas hechas involuntariamente.

Persiguiendo la descripción de esta clase de llamados, así predestinada, el Apóstol dice: “Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó”. Este pasaje es habitualmente mal comprendido: algunos lectores tienen, en general, la impresión que aquí el Apóstol vuelve a trazar experiencias cristianas como a lo ordinario, tales como las que hemos encontrado en el capítulo precedente donde considerábamos cómo Cristo es hecho por nosotros sabiduría, justificación, santificación y liberación. Entonces, aquí, el Apóstol toma un punto de vista opuesto y comienza con el otro final. Aquí él contempla la Iglesia finalmente acabada como la elegida de Dios bajo Cristo su Cabeza: la Iglesia, los “mismos elegidos” en la gloria. Él vuelve a trazar al revés el desarrollo de la Iglesia, la Nueva Creación. Él demuestra que nadie alcanzará la alta posición de los gloriosos elegidos de Dios excepto los que son llamados a eso [aceptados — Edit.] por la gracia de Dios, que todos los llamados deben haber sido justificados previamente, porque Dios llama o invita sólo a los creyentes para correr por este gran premio. Y estos justificados deben haber sido honrados antes [y no “glorificados” como en la versión común], honrados por Dios que se dio a conocer a ellos e hizo conocer su amado Hijo, el Camino, la Verdad y la Vida.

Es un honor más grande que muchos lo supusieron sólo de haber oído hablar de la gracia de Dios en el tiempo presente. Así como la salvación es un don de Dios que debe ser concedido al mundo durante la Edad milenaria, es un honor especial de tener conocimiento de la gracia de Dios, y una ocasión favorable en el tiempo presente de ser reconciliado a él, con anticipación del mundo; habiendo sido honrados así, y teniendo así el conocimiento necesario para nuestra justificación por la fe, ésta se hace la segunda etapa, así como hemos visto, que conduce a la santificación de acuerdo con el llamado; y esto conduce también, por la fidelidad, a “la gloria que será revelada en nosotros”, haciendo de nosotros miembros de los “mismos elegidos” de la Nueva Creación.

“SI DIOS ESTÁ POR NOSOTROS”

Sigamos al Apóstol en el examen que hace de esta elección, y parafraseemos lo que dice de eso: “¿No vemos, hermanos, que Dios persigue la ejecución de un gran plan maravilloso? ¿No vemos que, habiendo decidido escoger cierta clase que cooperaría con este plan, él nos hace el favor de revelarnos el arreglo y las condiciones — justificándonos y llamándonos de este llamamiento celestial? Esto quiere decir que Dios está por nosotros: él desea que formemos parte de esta clase elegida; él tomó todas las disposiciones necesarias para que podamos alcanzar esta posición. ¿Probamos a veces que, aunque el Señor esté por nosotros, Satanás, el pecado, nuestras propias debilidades hereditarias están todos contra nosotros, procurando tomarnos a la trampa y hacernos tropezar? Reflexionemos que, el Todopoderoso estando de nuestro lado, ninguna de estas oposiciones debe hacernos temer o temblar, porque es poderosamente capaz de hacernos atravesarlas todas. Miremos hacia atrás y observemos cómo él nos favoreció, mientras que todavía éramos pecadores, previendo la redención que está en Cristo Jesús. Reflexionemos que si él hizo todo esto por nosotros mientras que éramos pecadores, él hará mucho más por nosotros, ahora que nos hemos hecho sus hijos, ahora que hemos oído su voz, ahora que hemos aceptado a su Hijo, ahora que hemos confiado en él, hemos sido justificados por su mérito, ahora que hemos oído el llamado a la naturaleza divina, que nos hemos consagrado, depositando nuestro débil todo sobre el altar. Seguramente, Dios quiere favorecernos y obrar por nosotros mucho más, aunque no podamos pensar cómo podría hacer más que lo que representa el don de su Hijo. Se nos permite tener la seguridad de que aquel que no cambia todavía nos ama, que él está siempre por nosotros, y que él usará su poder para hacer concurrir junto toda cosa a nuestro bienestar espiritual más elevado, y con el fin de que obtengamos, definitivamente, un lugar en la Nueva Creación si quedamos en él en la fe, en el amor y con un corazón sumiso — sin importar cuán débiles e imperfectos puedan ser nuestros mejores esfuerzos para dominar la carne. Estemos asegurados que dándonos a su Hijo y abriéndonos el camino para llegar a alcanzar el llamado a la Nueva Creación, el Señor proporcionó en Cristo, todo lo que podemos necesitar. En él, él dio libremente toda cosa.

¿Alguien sugiera que, tal vez, la Ley nos condenara a pesar de Dios? Digámonos que es Dios quien nos condenó por su Ley, y que es el mismo Dios que, como gran juez, nos condenó, este mismo es el que, ahora, decretó nuestra justificación. Él declaró que “éramos justificados gratuitamente de todas las cosas de las cuales la Ley no podía justificarnos”, por su gracia, por Cristo Jesús nuestro Señor. Siendo esto así, “¿quién intentará acusación contra los elegidos de Dios” [Rom. 8:33], que él favoreció así? ¿Quién podría condenarnos por las debilidades o faltas involuntarias? A ésos responderíamos: Es Cristo quien murió, además, el que se resucitó, subió al cielo para representarnos y el que aplicó en nuestro favor una parte suficiente de su propio mérito para cubrir todas nuestras imperfecciones. —Rom. 8:34.

¿Todavía sostendríamos que algo pudiera intervenir para separarnos del amor de Dios o de Cristo y de su amor y de su misericordia; que así podamos ser dejados a nosotros mismos y que podamos hacer naufragio en cuanto a nuestra fe y en cuanto a nuestro futuro tocante a la Nueva Creación? Respondemos: al contrario, Cristo tuvo un gran amor por nosotros, si no, no nos habría rescatado. Todo su comportamiento manifestó su amor y no debemos permitir que lo que sea nos separe de este amor. Que vengan tribulaciones, permitamos solamente que esto sea para acercarnos al Señor como el único que pueda socorrernos. Si el desamparo, o la persecución, o el hambre, o la indigencia debieran caerse sobre nosotros, ¿deberíamos por temor de estas cosas, dejar de amar al Señor, renegar su nombre y su causa, no seguir más sus huellas y escoger más bien una línea de conducta más fácil en la vida? ¡Oh! ¡No! Es por las mismas experiencias que debemos ser desarrollados como vencedores. ¿Cómo podríamos ser designados como vencedores si no hubiera nada para vencer, si el camino entero fuera unido y sin declividad difícil? Recibimos en depósito las misericordias y las bendiciones de Dios; ahora él nos pone a prueba para ver a cuál punto somos dignos de quedar en su amor y en sus favores. Está totalmente dispuesto a vernos quedar allí; él tomó todas las disposiciones necesarias; no obstante, él no puede forzar nuestra voluntad. Estoy persuadido, tengo confianza que somos determinados que nada nos separe del amor de Dios manifestado en Cristo — ni el temor de la muerte, ni el amor de la vida, ni ninguna de las otras criaturas de Dios interceptará ni desviará de nosotros el favor de Dios — ni ángeles, ni principados, ni potestades creadas este día o los que quedan a crear. En todas estas cosas, nosotros simplemente más que vencedores, somos adoptados como hijos de Dios en el plano divino, por el que nos amó.

“HACER FIRME NUESTRA VOCACIÓN Y NUESTRA ELECCIÓN” —2 Ped. 1:10, 11

“Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás: [las cosas especificadas anteriormente, es decir, de poner a eso toda diligencia, añadid a su fe, virtud; y a la virtud, conocimiento; y al conocimiento, dominio propio; y al dominio propio, paciencia; y a la paciencia, piedad; y a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal el amor; Porque de esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.”

En esta elección, vemos que las etapas importantes pertenecen a Dios, a saber: (1) La predeterminación de tener tal Nueva Creación; (2) La invitación hecha a algunos de desarrollar el carácter necesario; (3) El arreglo de las cosas de modo que los invitados puedan ser capaces de alcanzar una condición aceptable de acuerdo con el llamado.

Por otra parte, las medidas importantes deben ser tomadas por los que llegan a ser los elegidos: (1) Pertenece a los que son llamados, por quienes todas estas preparaciones y estos arreglos han sido hechos, de aceptar el llamado — de hacer una plena consagración. (2) es menester que sean tan penetrados del espíritu de su llamado y que aprecian hasta tal punto sus bendiciones que se conformen con celo a las condiciones y a las limitaciones de este llamado.

Ya hemos visto que estas condiciones y estas limitaciones son, en resumen, parecerse de corazón al querido Hijo de Dios; sin embargo, analizando esta semejanza de manera más particular, encontramos que ella significa, así como indica aquí el apóstol Pedro, que debemos llevar los frutos del espíritu de santidad. Dios es santo, y los elegidos deben tener su espíritu, su disposición de amar la justicia y que se opone a la iniquidad. En el pasaje citado más arriba, el Apóstol expone diversos elementos de este espíritu santo de Dios, y llama la atención en el hecho de que no alcanzamos su semejanza perfecta (el amor perfecto) al principio de nuestra carrera, sino más bien que es la meta o el modelo que indica el fin de la carrera. El amor, como término general, cubre todos estos elementos de carácter que son verdaderamente algunas partes del amor. La humildad, la dulzura, la bondad fraternal, la piedad, son todos los elementos del amor.


(La siguiente parte del libro “La Nueva Creación” se publicará en la edición de julio-agosto de 2013)


Asociación De los Estudiantes De la Biblia El Alba