DOCTRINA Y VIDA CRISTIANA

La Nueva Creación:
“Orden y Disciplina en la Nueva Creacion”
Parte XXIV

Todos hemos recibidos las enseñanzas erróneas de que el pago por el pecado del padre Adán, la maldición, el castigo, debía ser tormento eterno, que nosotros y por lo tanto toda la humanidad heredamos ese indescriptible castigo como resultado del pecado original, y que solamente los que se convierten en seguidores de Jesús, santos consagrados, escaparán de ese tormento eterno. Pero, queridos amigos, nosotros encontramos que la Palabra de Dios no favorece ese plan tan irracional, injusto y falto de afecto, y que las Escrituras establecen muy claramente, por el contrario, que la paga del pecado es la muerte, que la vida eterna es la dádiva de Dios, y que nadie puede tener esta dádiva excepto aquellos que llegan a estar unidos de manera vital con el querido Hijo de Dios. En consecuencia, vemos que, ya que el perverso no recibirá la vida eterna, ellos no podrían sufrir la miseria eterna. La declaración de las Escrituras es muy sencilla y muy razonable: “Jehová guarda a todos los que lo aman, mas destruirá a todos los impíos.” (Salmos 145:20).

Noten cuán claramente fue establecido esto para el padre Adán cuando él fue puesto a prueba, y nuestro Padre Celestial sentenció lo que sería el castigo proveniente de su cólera justificada por su desobediencia. La declaración es que el Señor hizo abundantes provisiones para nuestros primeros padres en los diversos árboles frutales en el Paraíso, y simplemente los puso a prueba con respecto a la obediencia al prohibirles que coman o aun prueben o toquen el fruto de un árbol en particular. Esta desobediencia fue lo que acarreó la exclusión del Paraíso, la exclusión de los árboles (bosque) de la vida, y en consecuencia los condujo gradualmente a las condiciones de muerte que aun prevalece, para todos es sabido que el promedio de vida humano hoy en día es mucho menor que el del padre Adán, quien “vivió novecientos treinta años”.

Las palabras del Señor como se presentan en el libro de Génesis son: “el día que de él comieres, ciertamente morirás”. Este “día” el Apóstol Pedro nos explica, fue un día del Señor, con respecto a lo que él dice: “No ignoréis esto: que para con el Señor, un día es como mil años y mil años como un día”, y fue en este “día” que Adán murió, y nadie de su posteridad ha vivido nunca un día completo de mil años. Después de la trasgresión de Adán, las palabras del Señor de condena muestran muy claramente que él no tuvo la intención de atormentar a sus criaturas y que la maldición no se extendió más allá para la destrucción de la presente vida y de las tribulaciones inherentes relacionadas con la condición de muerte. La expresión del Señor de maldición para Adán fue “con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres y al polvo volverás.” (Génesis 2:17; 3:19; 2 Pedro 3:8).

Ciertamente es una gran causa de regocijo el darse cuenta que la terrible doctrina del tormento eterno, con su imposición, no solamente sobre nuestros primeros padres, sino sobre todos los de su raza, todos sus hijos, es una falsa doctrina que no nos llegó de la Biblia, sino de la “Edad de las Tinieblas”. No está en la declaración del Señor en ningún sentido de la palabra. Escuchemos la explicación del Apóstol Pablo sobre el asunto, en completo acuerdo con el relato del Génesis. Él dice en Romanos 5:12: “Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron”. ¿Qué podría ser más razonable o sensato o más satisfactorio que esta divina explicación de la muerte?, que es el resultado del pecado; que nuestro padre Adán, cuando fue procesado, perdió todos sus derechos y privilegios por desobediencia y cayó bajo esta maldición de enfermedad, dolor, aflicción, dificultades y muerte, y que nosotros, sin haber sido procesados (siendo inútil procesarnos a nosotros que hemos heredado las tendencias y debilidades pecaminosas) somos partícipes de esta misma sentencia divina contra el pecado; a saber, la muerte, y estamos, como raza, decayendo gradualmente en debilidad, enfermedad, dolor y dificultades hacia la tumba.

La explicación es satisfactoria para nuestro criterio, y explica el hecho de que el bebé de una hora, un día, una semana o un mes ya comparte el proceso de dolor y de muerte así como aquellos que viven unos cuantos años más y participan personalmente en la trasgresión de las leyes de rectitud. “He aquí en maldad he sido formado, y en pecado me concibió mi madre” es la declaración de las Escrituras sobre este punto. “Por cuanto todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios”.

Pero ahora, ¿dónde está la esperanza? ¿Qué ayuda puede haber para una condición tan triste? ¿Qué se puede hacer para aquellos que están ahora sufriendo aflicción y muriendo, en todo el mundo, y qué se puede hacer para los miles de millones que ya han caído en la prisión de la muerte? Respondemos que ellos ciertamente no pueden hacer nada por ellos mismos. Seis mil años de esfuerzo humano para salir por sí mismos de la enfermedad, dolor y muerte han demostrado incuestionablemente, lo completamente infundado que son cualquiera de las esperanzas de ese tipo. Aquellos que ejercen la esperanza deben hacerlo apreciando al Señor, el Dios de nuestra salvación. Él ha propuesto una salvación, y la Biblia es la revelación del glorioso plan de todos los tiempos que Dios está llevando a cabo, paso a paso. El primer paso fue el de la redención, el pago del castigo que fue en contra nuestra, el castigo de la muerte. Fue pagado por nuestro Señor Jesús, quien “murió, el justo por el injusto, que él podría habernos llevado hasta Dios”. Nadie que pertenezca a la raza condenada podría tanto como redimirse así mismo, y desde luego sin duda, como lo indicó el profeta: “Nadie podría dar a Dios un rescate por su hermano”. Pero el pecado del hombre se convirtió en la oportunidad de Dios, y él envió a Jesús, quien dio su vida incólume por nosotros, que fue “santa, inofensiva, separada de los pecadores”. Esta vida que Dios acepta como el correspondiente precio y compensación para la vida condenada del padre Adán, y así nos vale para todos nosotros que somos parte de los hijos de Adán, porque nosotros no estuvimos condenados por nuestra propia cuenta, sino “por la desobediencia del hombre”, de aquí que Dios puede ser justo y puede librarnos por medio de la obediencia y el rescate de Jesucristo, nuestro Señor. De él se ha escrito que “el cual se dio a sí mismo, en rescate por todos, de lo cual se dio testimonio a su debido tiempo.” (1 Timoteo 2:6).

Queridos amigos, entretanto démonos cuenta, que nuestro Señor Jesús no redimió simplemente a la Iglesia, sino como lo establecen claramente las Escrituras, “Y él es la propiciación (sacrificio) por nuestros pecados; y no solamente por los nuestros sino también por los de todo el mundo” (1 Juan 2:2). ¡Demos gracias a Dios!, que nosotros tengamos un fundamento para la buena esperanza que, como el Apóstol sugiere, permite que no suframos tanto como los que no tienen esperanza o los que tienen una esperanza poco sólida, que no está basada en las declaraciones positivas de la palabra de Dios.

Pero alguien puede decir que fue hace mucho que Jesús murió. ¿Por qué se permite que el pecado y la muerte reinen y devoren a la familia humana? Nosotros respondemos que Dios retrasó el envío del sacrificio por cuatro mil años, y aun retrasa el envío de la bendición que fue prometida por éste, que en última instancia resultará, cuya bendición estará asegurada en la “debida hora” de Dios. El objetivo del retraso, como lo explican las Escrituras, es doble:

Primero, permitir el nacimiento de un suficiente número de miembros de la familia humana que sean apropiados para llenar o poblar toda la tierra, cuando sea llevada a la perfección del Edén, y como un todo sea el Paraíso de Dios restaurado en una mayor y más grandiosa escala. En la actualidad, estos ganan experiencia con el pecado y la muerte, y aprenderán una muy importante lección, a saber, lo excesivamente dañino del pecado y su inconveniencia. Tan pronto como la hora del Señor venga, la cual nosotros creemos que no está muy distante, él cumplirá su promesa y establecerá su Reino en el mundo, que atará a Satanás, restringirá todos los poderes e influencias que hoy están operando mediante el pecado y la muerte, y causarán que el conocimiento del Señor llene toda la tierra. Así Cristo bendecirá a la familia humana y la elevará paso a paso, hacia la gran perfección en la que fue creada, a la imagen de Dios como lo representaba el padre Adán. Este periodo de bendición es llamado el Reino del Milenio y fue por esto que el Señor nos enseñó a orar: “Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra” (Mateo 4:2). Requerirá todo lo de este día de mil años, de bendición y restitución, para establecer la rectitud sobre una base firme en la tierra y para poner a prueba a la humanidad, para establecer qué seres humanos, mediante la obediencia a Cristo, pueden ser considerados como dignos de la vida eterna, y quiénes, a causa de la preferencia por el pecado, serán sentenciados a la Segunda muerte: “la destrucción eterna lejos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder”. Estas bendiciones de la edad del Milenio se aplican no solamente a los miles de millones que ahora viven en la tierra, sino también a los miles de millones que se han ido a la tumba, la gran prisión de la muerte, de la cual nuestro Señor Jesús los llamará hacia las oportunidades del Reino, como él declara: “Y tengo las llaves de la muerte y el Hades.” (Apocalipsis 1:18).

En segundo lugar, queridos amigos, el Señor ha retrasado la venida de la bendición general y de las oportunidades para el mundo, ya que nuestro Señor nos redimió, para que durante esta Edad Evangélica él pueda reunir, de entre la humanidad, a quienes él ha redimido, un “pequeño rebaño”, una clase “elegida”, discípulos, seguidores, santos. Él está buscando así “un pueblo peculiar”, “un Sacerdocio Real”, para que se asocien con él en ese Reino del Milenio, no para que participen con el mundo en la restitución de las condiciones terrenales, aunque perfectas, grandiosas y gloriosas, y para un hogar Edénico, aunque deseable, pero en todavía un mayor favor, de ser como su Señor, seres espirituales, partícipes de la naturaleza divina, muy por encima de los ángeles, principados y poderes, y partícipes de su gloria. ¡Qué maravillosa esperanza es ésta, y cuán inspiradora para los corazones de todos quienes han escuchado la invitación y que se han convertido en discípulos, en seguidores de Jesús, y que están buscando seguir sus pasos, como él nos ha puesto como ejemplo! ¡Qué bendición será alcanzada para tal gloria, honor e inmortalidad como es ofrecida a la Iglesia en la Primera Resurrección! y qué gran privilegio será el ser asociado con nuestro Señor al dispensar los favores divinos a toda la creación gimiente. ¡Venir al agua de la vida, y participar de esto libremente! Sí, en ese entonces en el Reino, el Espíritu y la Novia dirán “Ven” (porque habrá una Novia, el matrimonio del Cordero que tendrá lugar al final de esta Edad Evangélica), “Y el que quiera tome el agua de la vida gratuitamente.” (Apocalipsis 22:17). ¿No son éstas dos buenas razones por las que Dios retrasó el envío de la bendición tan pronto como fuera finalizado el sacrificio de redención en el Calvario? Con seguridad podemos nosotros regocijarnos en el retraso, y en nuestra consecuente oportunidad de ser llamados y de hacer firme nuestra vocación y elección.


(La siguiente parte del libro “La Nueva Creación” se publicará en la edición de noviembre - diciembre de 2017)


Asociación De los Estudiantes De la Biblia El Alba